No es nuevo, ni es lo mejor, ni es justo, mas es lo que ocurre y habrá que aguantarse.

Cada día que pasa cae uno. Cada día un edificio construido hace bastante tiempo, más o menos emblemático, una tienda «de toda la vida», un portal de vecinos de siempre de las zonas más céntricas de nuestras ciudades, desaparece. Y desaparece para dar paso a al tienda de moda que ya hay en todas las ciudades de cualquier punto cardinal, a la caja o banco hasta ahora desconocido por nosotros o demasiado conocido, a un macroedificio de innumerables plantas, a una cadena de cualquier bien de consumo, etc. Y esto es lo que está ocurriendo. Supongo que objetivamente hablando no es grave, pero yo no soy objetivo, si no que más bien soy nostálgico. Y eso es lo que me ocurre a mí, que me molesta sobremanera que de repente la librería que llevaba más de cincuenta años en una esquina dé paso a cualquier «cartel» de marca superconocida y ocupe su espacio en nuestras fachadas y en nuestras vidas. Que me duele el estómago cuando donde había unos cines ahora aparece un banco con todas sus buenas intenciones para nuestros ahorros, sueldos, hipotecas… Que los ojos se me achinan para no llorar si donde hubo un hotelito, una fachada singular o una tienda de discos con propietario curioso, ahora aparece brillante y maravillosa la mole de hormigón, ladrillo y alumino de un edificio frío como el futuro que nos quieren malmeter y bienvender.

Ya lo habéis comprobado, soy nostálgico, sí. Pero además, me molesta que nos vendan esta opción como la mejor. De aquí a unos años todas nuestras ciudades serán iguales y donde hubo un bar de alguien «echao palante» habrá un bar de una cadena de no se qué cerveza; donde lucía una fachada neoclásica, deslucirá un edificio «monocapa» recién construido; donde había una frutería, aparecerá un supermercado de cadena alimenticia; donde soñabamos con comprarnos un «LP», se nos avalnzará una tienda de ordenadores también de alguna cadena; y así hasta el infinito. Con eso, todas las ciudades serán iguales (bueno, casi, que con el «Patrimonio de la Humanidad» no se atreverán) y ya no tendrá gracia pasear por una que no es la tuya.

Llegados a este punto hay que ir más allá y hacerse una pregunta: ¿por qué muchos Ayuntamientos de nuestro país no ven problema en tirar un edificio «antiguo» si se trata de, por ejemplo, hacer un hotelazo de lujo y sí ponene la mar de reparos si un particular quiere vender un edificio con menos solera (aunque alguna) para sacarle algún beneficio más que el de vivir en su casa? Quien no se crea esto, puede pasearse por Cáceres, donde están reventando lo circundante a la Iglesia de San Mateo para construir un gran hotel (partiendo de cero, es decir, habiendo tirado el edificio original) y, por el contrario, si compras una casa en ese mismo entorno, no te dejan ni tocar las bóvedas.

En Madrid, por ejemplo, cada día quedan menos cines de los de siempre (los que programan películas que merecen la pena), con lo que -además- cuando quieren ver cine tienen que montarse en coche e ir hasta algún macrocine situado en la zona de los supermercados. ¿Pues no contamina menos caminar? Por no hablar de la programación de las grandes salas… ¡Uuuffff, qué pereza!

Como muestra, las pruebas en un artículo de «toxicboy».