Hace unos días, con motivo de acercarme a Coria, para la noche de San Juan, pues allí hay unas enormes fiestas cuyo festejo central es el encierro del toro, tuve ocasión de nuevo de comprobar lo bondadosas que pueden ser las personas. Para mi desgracia y por muy diversos motivos, caí borracho y dolorido antes de las diez de la noche. Tal vez porque llevaba varios días saliendo o durmiendo mal, tal vez porque jugué un torneo de baloncesto dos días antes (6 partidos de unos quince minutos); tal vez porque para llegar hasta el lugar donde se celebraba dicho torneo tuve que desplazarme muchos, muchos kilómetros; tal vez por alguna conversación telefónica demasiado emotiva… Por unas u otras razones, eso es lo de menos, “enfermé”: me empezaron a doler los tobillos (hubo tormenta y lluvia y me los había torcido un poco en el torneo), el alcohol hizo presencia en mi conducta (caminar descalzo, querer a toda la gente), etc. El caso es que se apiadaron de mí dos de mis compañeros del trabajo: Pedro y Pilar, y me cuidaron y llevaron a descansar. Pero todo esto no acaba aquí, a la mañana siguiente estaba en la cama de una casa para mí desconocida. En el hogar de un amigo de Pedro. Había dormido en la casa de un semidesconocido; había vomitado en un patio de luz de su portal; había llegado borracho y agotado… Y esa persona: César, sólo se preocupaba de que estuviésemos allí todos cómodos: tómate un café (y te traía una cafetera de café recién hecho): tomaos un actimel (y se levantaba caminando hacia la cocina…); comed algo, y nos sacaba embutidos, comida, etc; duchaos, y nos tenía preparadas sendas toallas; etc. Impresionante, la verdad.

Todo esto me hizo pensar –pues a veces me da por ahí- en lo afortunado que soy y en las buenas personas que aún quedan en el mundo, por mucho que nos empeñemos en decir continuamente que somos todos unos egoístas y sólo merecemos la hoguera.

Es cierto, no es la primera vez ni será la última. En otra ocasión, en Tenerife, y con motivo de que coincidieran el mismo día el torneo de baloncesto 3×3 de El Sauzal y un concierto de Enrique Bunbury, ocurrió que me duché en casa del amigo de un colega, al que ni tan siquiera conocía. Allí me duché, me invitaron a tomar algo y me trataron fenomenal, él y su mujer, sin que los conociese previamente, sólo porque era compañero de un amigo suyo. Y podía contar y recontar casos, ejemplos, situaciones en las que la gente me ha ayudado por cualquier motivo, me han rematado una obra en casa sin pedir nada a cambio, me ha echado una mano, me ha cedido su casa, su coche, o prácticamente me “ha salvado la vida”.

Así es, hay gente maravillosa allá por donde vamos. Muchas veces no nos damos cuenta. Vivimos muy rápido y se te pasan detalles, tanto de valorar la ayuda de los demás, como de ofrecer esa misma ayuda al “prójimo”. Pero estamos ahí, y no somos tan malos, aunque nos olvidemos.